PELEA TUS BATALLAS
“Dijo: «¡Escuchen habitantes de Judá y de Jerusalén! ¡Escuche, rey Josafat! Esto dice el SEÑOR: “¡No tengan miedo! No se desalienten por este poderoso ejército, porque la batalla no es de ustedes sino de Dios.”
Llevamos año y medio buscando un bebé. Dios permitió que concibiéramos dos, pero ambos, apenas cumplidas ocho semanas, partieron al cielo. Ahora nos encontramos en ese laberinto médico de tratamientos, análisis y efectos secundarios, esperando el milagro de poder concebir y llevar a buen término un embarazo que nos convierta en padres en esta tierra.
Enfrentar esto, se siente como hacer frente a un ejército poderoso sin tener mucho para defenderse. A veces, me percibo como una hormiga peleando contra una manada de elefantes.
Hay etapas de vida, hay esperas que se sienten así, como una batalla con algo gigante, que es mucho más fuerte que tú, sobre lo que no tienes ningún control.
Yo espero por ser madre, quizá tu esperas salir de la soltería, sanar o que alguien que amas sane, o luchas con una realidad que simplemente está fuera de tus manos.
Sin importar cuál sea tu situación o tu espera, hay algo que he aprendido muy poco a poco en este año y medio: Esta batalla no es mía y no tengo que pelearla.
Cuando entendí eso, sentí que un peso era retirado de mis hombros, literalmente. Un nudo de mi espalda se desenredó en el instante, me liberé, me aligeré en cuerpo y mente.
Verás, yo no puedo hacer nada para que los medicamentos hagan su trabajo en mi cuerpo, es decir, aunque se trata de mi propio cuerpo, no tengo ningún control sobre los niveles de andrógenos y el grosor de los folículos. Ninguna.
¿Cuál es mi trabajo? Tomar mis medicamentos de forma estricta, seguir las instrucciones médicas y punto.
¿Cuál es el trabajo de Dios? La parte difícil: hacer el milagro. Hacer que la metformina lleve a niveles adecuados los andrógenos para que en el día correcto del ciclo los folículos tengan el nivel de madurez y grosor exactos que los hagan estar listos para recibir un óvulo sano, que al mismo tiempo los niveles de T3 se mantengan estables y los quistes en los ovarios no afecten la fecundación. Eso, dicho en mis ignorantes palabras que seguro dejaron pasar muchos otros procesos físicos que deben ocurrir.
Como verás, yo no puedo hacer el trabajo de Dios. Yo no puedo hacer el milagro, Él sí. La razón por la que esta espera se siente como un elefante y yo como una hormiga, es porque a veces decido que hoy pelearé la batalla de Dios, no la mía. Al hacer eso, entonces sí, toda esta situación se ve como un monstruo de siete cabezas y yo diminuta.
Qué alivio que mi trabajo sea solo tomar las medicinas. Qué alivio que tu trabajo sea solo estar atento a las instrucciones de Dios para encontrar a tu futura pareja, qué alivio que tu trabajo es amar a quien está enfermo y seguir orando. ¡Qué alivio!
Cuando esta verdad entró en mi corazón, supe que tener bebés no es mi “problema”, aunque sí sea mi gran anhelo. No es mi asunto en realidad. Es asunto de Dios y yo puedo descansar mientras Él lo resuelve.
Lo mismo contigo. Sanar, encontrar una pareja, el resultado de la espera, no es tu asunto. No más allá de lo que te corresponde hacer.
Pelea tus batallas y deja a Dios pelear las suyas. Porque no hay nada, ninguna espera, ninguna enfermedad o situación que sea más grande que Dios. Pero tú, siempre serás una hormiga.
Así tu alma encontrará verdadero descanso.
Oración
Jesús, eres un poderoso gigante. No hay nada más grande que tú. Ninguna complicación, enfermedad o espera que te sorprenda ni te supere. Perdóname por las veces que he intentado pelear las batallas que te corresponden. Jesús, confío en ti, pelearé mis batallas de tu mano y me gozaré admirando cómo peleas las mías con un amor infinito, con poder y control absoluto. No permitiré que la angustia me robe el privilegio de ser testigo de los milagros que obras en mí cada día. Amén.
Por: Adriana Monroy