Imagina que…
Te encuentras en un bosque, de alguna forma llegaste ahí. A pesar de no conocer el bosque, sientes seguridad. El aire es fresco, es una temperatura ideal para ti. No hay ruido, solo hay paz. El sol sigue arriba y de una forma agradable. Te atreves a dar unos pasos y de pronto logras visualizar unas escaleras. Por más que intentas ver el fin de estas, te es imposible. Decides bajar, escuchas el crujir ligeramente la madera. Por más que haces esfuerzo para ver si hay un final, no lo hallas, solo aprecias ciertas curvas. Das un respiro y gozas de los altos pinos alrededor, son asombrosos. Sigues bajando aquellas escaleras, todo sigue en paz. No hay nadie más que tú. Te comienzas a relajar y ya no te preocupas si es que hay un final en el camino. Bajas, bajas y sigues bajando. No hay un final aún, pero todos los elementos del hábitat te mantienen tranquilo. Finalmente, descubres algo más, un lago y notas que faltan más escaleras por descender, pero ya hay un destino. Sin prisas y admirando la naturaleza desciendes. Por fin has llegado, ves un gran lago. Te da una impresión que es fresco. Bajas el rostro por unos segundos y escuchas el agua moverse, alzas la mirada y quedas impresionado. Sigues sin creerlo, frotas los ojos para ver si no estás soñando. Aceptas que no te encuentras en un sueño, sino que realmente estás viviendo. Jadeas. No esperabas que ocurriera lo que está pasando, pero siempre hay sorpresas. Jesús está frente a ti, se encuentra en el centro de ese tranquilo lago. Él te da una señal para que vayas con él. Das un respiro, decides tener fe en él para poder caminar sobre las aguas. Lo logras. Paso por paso, tranquilamente. Al llegar con él se abrazan. “¿Tienes mucho qué hacer, lo sabes?” te pregunta. “Te he llenado de dones, he creado un plan para ti. Hijo mío, necesito que confíes en mí y que creas que eres capaz de lo que te mandaré a hacer, yo te he puesto un potencial que no puedes permitir que te lo destruyan. Conozco todo de ti, tus habilidades, gustos, sentimientos y pensamientos. Te he creado de acuerdo a tu plan. Verás que lo lograrás conmigo. Todo es si crees y confías en mí. No tengas miedo, ve y haz la voluntad de mi padre.” Al escuchar estas palabras sientes el poder de Dios en ti, algo inexplicable y simplemente hermoso. Le das un último abrazo a Jesús y te retiras de ese lago. Tienes hambre de cumplir tu misión: Hacer discípulos a todas las naciones. Sonríes, porque el creador te ha escogido para un mandato espectacular. Al querer regresar hay una chispa de miedo, pues el sol se ha retirado y la oscuridad domina, esta ni te permite distinguir definitivamente las escaleras. “Tienes un gran poder, no lo olvides. Pues eres luz y sal de este mundo.” Das un suspiro y con valentía comienzas a subir las escaleras, te das cuenta que brindas una luz peculiar y una que no se halla en todos lados. Sonríes una vez más, pues con esa luz podrás hacer los discípulos.
Este mensaje ha sido un encargo que Dios me pidió, esto ocurrió a través de una inspiración en un lugar al estar de viaje. Dios me ha encargado en que recuerdes quién eres y cuál es la misión que tenemos. Espero que te haya servido.
“Porque todos ustedes son hijos de la luz e hijos del día. No somos de la noche ni de las tinieblas” – 1 Tesalonicenses 5:5
Por Daniela Ortiz