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El amor está en todas partes

El amor está en todas partes

De niña, tenía una de esas viejas cámaras rectangulares azules de Kodak con el botón naranja de “apuntar y capturar”. Me acompañaba a todas partes, incluyendo a un viaje que mi familia hizo a Disney World. Mientras estaba allí, capturé una imagen de la que todavía tengo una copia. Cuando salimos del parque, vi como mis padres, ajenos a que los estábamos viendo, se tomaron de las manos. A los once años, hasta yo entendí que era testigo de la magia. Valió la pena capturarlo. Así que, tomé una foto. Dos en realidad.

Puede que suene insignificante. Una pequeña muestra de afecto que llamó la atención de una niña. Pero creo que lo que intentaba memorizar representaba más que un esposo y una esposa que se robaban momentos de cariño mientras cuidaban a sus hijos. Para mí, era un estabilizador. Era seguridad. Era una oportunidad para exhalar un suspiro de alivio. “Hay algo bueno en el mundo”, me dijo. El amor estaba en todas partes.

Soy una de las personas con suerte, al tanto de demostraciones intencionadas de amor entre mis padres, observando un buen matrimonio, y finalmente presenciando a Jesús en medio. Pero el matrimonio de 40 años de mis padres no es típico en estos días: la trama del libro de cuentos sobre la felicidad familiar es más rara que común.

Pero también sé esto. No se ha perdido toda esperanza. Aunque las circunstancias familiares puedan ser menos que ideales, nuestro potencial para mostrar algo grande, por el bien de nuestros hijos y en la vida de nuestros hijos, no disminuye. Aunque nuestras familias puedan parecer diferentes, aunque el sueño de lo que queríamos ser puede estar muy lejos de lo que somos actualmente, hay un fin posible para cada uno de nosotros, y por extensión, para nuestros hijos. Amor intencional, dirigido y constante.

No tenemos que tener circunstancias, relaciones, matrimonio o hijos perfectos para que el amor se manifieste y para que el amor nos importe. El mundo está observando, pero también y siempre, lo hacen nuestros hijos. ¿Y si les damos algo que puedan ver? ¿De qué maravillarse? ¿Que los intrigue? ¿Que los inspire a imitar?

¿Y si el amor que mostramos es más importante de lo que pensábamos? ¿Más que nuestra disfunción? ¿Decepción? ¿Desencanto? Porque nunca sabemos quién está observando, ansioso por tener una foto de algo bueno. Algo real. Algo mágico. En tu compromiso de mostrar amor, puedes darle a alguien, especialmente a aquellos con los que compartes un techo, la oportunidad de tomar una fotografía mental tuya, y darles a Jesús en el proceso.

Por Sarah Anderson

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