“Una pequeña dosis de dolor te permite escuchar a Dios, pero una gran dosis te permite verlo con tus propios ojos.”
IFF
20 de diciembre 8:30 am. Estaba sola en el departamento en total silencio. Comencé mi tiempo devocional.
Desde hace varios días estuve luchando en contra de la realidad. Dejé de usar las cremas de embarazo que acostumbraba ponerme cada mañana y cada noche, metí a mi alhajero esa pulsera de la que pendía un dije representando a mi bebé y tumbé mis libros de maternidad en un cajón. No quería saber nada de pañales, de embarazos ni cunas.
Pero aquella mañana, mi lucha terminó cuando el Señor susurró que era tiempo de despedirme de mi bebé. Apenas llegó ese pensamiento a mi mente, me alcanzó también un llanto ronco y gritos de dolor invadieron mi casa aquel día. No solo lloré, sino que gemí, grité, clamé a Dios como jamás lo había hecho. Mi dolor se trasladó a mi cuerpo entero, tanto, que tuve que recostarme, porque literalmente, me dolía el corazón.
Entre una lágrima y otra, entendí que la despedida era necesaria, así que la ejecuté de la mejor manera que pude: escribí a mi bebé una carta: “… debo decirte hasta pronto mi vida, hasta pronto, hasta que nos encontremos en el cielo. Jamás te olvidaré…” Tardé más de dos horas en escribir escasas diez líneas de despedida, porque cada palabra incrementaba mi tristeza, pero al terminar, lo que llegó a mi mente fue la claridad de que aquel evento había sucedido, así era, lo estaba aceptando como una realidad, mi realidad, y no había nada que pudiera hacer para cambiarlo.
Cada pérdida es diferente, incluso un evento similar vivido por dos personas distintas, jamás se sentirá igual. Así que no puedo decirte cuánto tiempo te tomará aceptar la realidad, para mí escribir la carta fue la catapulta y a partir de ese día, aunque seguí sintiendo tristeza, el llanto emergía de otra parte en mi corazón. Incluso, fui capaz de usar de nuevo mi pulsera, ya no se me estrujaba el pecho al mirarla, porque ahora representaba a mi bebé gozando en el paraíso, ya no al bebé que había perdido.
En tu caso, La Aceptación puede traducirse en un acto o proceso muy diferente al mío, pero lo que quiero sugerirte, es que en algún punto, busques alcanzarla, permite que Dios te indique el momento adecuado, Él es el guía perfecto, solo necesitas guardar silencio y permanecer atenta.
Una vez que lo logras, tus ojos se despejan un poco, tu mente descansa porque ha renunciado a los por qué, entonces te preparas para lo más maravilloso: Conocer el hermoso carácter de Dios, de cerca, muy cerca. Podrás ver lo que ha hecho por ti desde siempre, antes de tu pérdida, en medio de ella y el poder amoroso que tiene sobre tu futuro.
Me alegra decirte que te aproximas a una nueva tú, mejorada, más completa, porque después de ver a Dios, de conocer su amor por ti, jamás volverás a ser la misma. Así como yo, jamás volveré a ser la misma.
Tarea
Piensa en una manera que te acomode para alcanzar la aceptación de tu pérdida. Puede ser escribir una carta, deshacerte de algunas pertenencias, plantar un árbol en honor a alguien, no hay reglas.
Oración
Padre, hoy te entrego [menciona tu pérdida], la suelto y dejo que tú te hagas cargo de mí de ahora en adelante. Hoy dejo de luchar en contra de la realidad, renuncio a conocer los por qué y estoy lista para mirarte como jamás lo había hecho antes. Amén. 13 de diciembre. 5:30 am. Me preparaban para la operación. Miré a mi esposo a los ojos, era una mirada con tanto amor, tanta ternura, que supe una vez más que era la mujer más bendecida del mundo y di gracias por estar en medio de la prueba con él.
Por: Adriana Monroy